Embriagados de poder

Embriagados de poder

jueves 16 de octubre de 2014, 19:14h

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El general artifice del golpe de Estado en Egipto parece estar embriagado con su poder y desoye las sugerencias de las potencias internacionales, mientras el Ministro de Interior egipcio quita del medio a los paramilitares que apoyaban al ejército.

El comandante de las fuerzas armadas de Egipto y artífice del golpe de Estado, el general Abdel Fatá al Sisi, advirtió este domingo a los islamistas de que no tolerará “la destrucción del país y su gente, o el incendio de la nación”.

El mensaje quedaba claro: el ejército, que ha tomado el control total del país, no tolerará más desafíos por parte de los Hermanos Musulmanes. No habrá más acampadas o días de la ira sin que actúen ante ellos con contundencia las fuerzas de seguridad.

Este domingo, un motín de islamistas que estaban siendo trasladados a un centro penitenciario en El Cairo se saldó con al menos 36 muertos, después de que la policía empleara gases lacrimógenos contra los presos que intentaron escapar del camión con la ayuda de un grupo armado en otro vehículo, según el ministerio del Interior.

En un punto de su discurso, ante representantes de la cúpula de las fuerzas armadas, el general Al Sisi llegó a jactarse de que habla por la gran mayoría de los egipcios, pues “el pueblo goza de la voluntad libre para elegir a quien desee”, aunque a él, sin embargo, no lo eligieron las urnas.

En el primer experimento democrático de Egipto fueron los Hermanos Musulmanes quienes ganaron los comicios. Al Sisi fue, más bien, el artífice del golpe y, buscando legitimidad, en julio pidió a la ciudadanía egipcia que saliera a las calles a manifestarse, demostrando que estaba de su parte en lo que calificó de su “lucha contra el terrorismo”.

Para el Ejército, pues, las marchas y manifestaciones -siempre que no sean islamistas- han sustituido de momento a las urnas.

Este domingo, después de que la Unión Europea dijera que reevaluará sus relaciones con Egipto, el ministro de Exteriores de este país, Nabil Fahmi, se esforzó en aclarar que, según su opinión, los nuevos gobernantes no luchan contra un movimiento social y político que llegó al poder por medios legítimos, sino contra terroristas armados.

“Los actos violentos que ha cometido la otra parte no han sido reconocidos o condenados por occidente”, dijo en rueda de prensa. “Confío en los militares, y estoy seguro de que nuestros oficiales no están obsesionados con el poder”.

Sin embargo no es esa la impresión que se han llevado los numerosos enviados internacionales que se han reunido en privado con el general Al Sisi. A principios de agosto visitaron El Cairo dos senadores norteamericanos, los republicanos Lindsey Graham y John McCain, enviados por el presidente Barack Obama.

Ambos le dijeron al comandante que lo lógico sería convocar elecciones y dejar que los Hermanos Musulmanes se presentaran, pues sería muy poco probable que volvieran a ser reelegidos. Le pidieron, además, que liberara a Mohamed Morsi, el presidente depuesto, que se halla bajo arresto militar desde el golpe. Al Sisi se negó a escucharles o a ceder y, después de su marcha, autorizó las cargas mortales de los pasados días.

“Egipto se va a convertir en un Estado fallido”, dijo este domingo, evaluando su visita a El Cairo, Graham en la cadena CNN. “La hermandad volverá a la clandestinidad. Al Qaeda acudirá a su ayuda. Y habrá una insurgencia armada, no sólo protestas, en 60 o 90 días”, añadió.

En privado, el senador ha dicho a otros legisladores y a oficiales de la Casa Blanca que cree que Al Sisi está “borracho de poder”.

Las cargas militares y la consolidación de los generales en el poder han forzado a numerosos legisladores, como los propios McCain y Graham, a pedirle a la Casa Blanca que rescinda la ayuda militar que ofrece a las fuerzas armadas de Egipto, que asciende a 1.300 millones de dólares anuales.

En teoría, la hoja de ruta del gobierno provisional sigue en pie. Contempla una reforma de la constitución y elecciones legislativas dentro del plazo de seis meses. En realidad, poco se ha avanzado en esa dirección, con las seis semanas de protestas islamistas y el caos en el que ha quedado sumida la nación en los pasados cinco días.

Y ante la falta de avance de un ejecutivo interino, con el parlamento disuelto, son los militares los que, en la sombra, detentan de momento todo el poder.

Fin de los paramilitares

Este domingo por la noche, además, el ministerio del Interior anunció que ha prohibido los grupos de vigilantes civiles que en las pasadas jornadas habían creado puestos de control en El Cairo y habían agredido y arrestado a islamistas y a ciudadanos extranjeros.

En plazas, paradas de metro y otros lugares considerados de importancia para la seguridad del país por estos paramilitares surgidos de la Plaza Tahrir, grupos que se hacen llamar de "protección civil" se habían atribuido poderes propios de los cuerpos de seguridad del Estado.

"Si vemos a algún sospechoso intentando irrumpir aquí, lo detenemos y se lo entregamos a la policía o a los militares; si no puede ser inmediatamente, lo retenemos hasta que lleguen. En las últimas semanas, nos hemos incautado de una gran cantidad de armas y hemos efectuado un importante número de detenciones"-aseguraban.

Tanto militares como policías han estado trabajando estos últimos días mano a mano con estos grupos de civiles y, en ocasiones, dan la sensación de ser dos cuerpos de seguridad complementarios, con competencias propias, que no deben colisionar entre sí.

Estos civiles, que se habían erigido sin que nadie lo impida en agentes de la ley, afirmaban que no recurren al uso de la fuerza, pero se les podía ver armados con palos, hachas, escudos y también con armas de fuego. Se organizaban en brigadas y tenían diferentes funciones.

Cuando se han producido enfrentamientos, unos permanecían en los puntos que, consideraban, deben ser protegidos, y otros se integraban en los disturbios y luchaban mano a mano con las fuerzas de seguridad.

Ahora han quedado desplazados, veremos lo que hacen.

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