Una leyenda muy real

Una leyenda muy real

jueves 16 de octubre de 2014, 19:14h

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Un equipo de investigadores de la universidad australiana de Nueva Gales del Sur confirma la veracidad de una vieja leyenda maorí sobre la existencia de un águila gigantesca y devoradora de hombres.

La llamaban Te Hokioi, se extinguió hace cerca de 1.000 años y fue un depredador terrible. Era de color blanco y negro, con una cresta roja sobre su cabeza y las puntas de las alas teñidas de amarillo y verde. 

Esa es la descripción que Sir George Gray, uno de los primeros gobernadores de la isla de Nueva Zelanda, hiciera del águila de mayor tamaño que jamás haya existido. Los maoríes la respetaban, pero también las temían pues sus viejas leyendas transmitidas oralmente hablaban de raptos de seres humanos y de hecho en el país abundan las pinturas del depredador en rocas y cuevas. Ahora, y tras una nueva y extensa investigación, los científicos creen que no es solo de una simple leyenda, un cuento que se cuente frente a las hogueras.

Su nombre científico es Harpagornis moorei y sus restos fueron hallados por primera vez en un pantano neozelandés por Juluis von Haast en 1870, motivo por el cual también se la ha conocido bajo su nombre, es decir, como "águila de Haast". Sin embargo, por aquel entonces se pensó que debía tratarse de un carroñero, ya que su estructura ósea recordaba más a la de un buitre, con capuchones sobre las fosas nasales para que la carne no obture sus vías respiratorias mientras se alimentaba.

«Una máquina de matar»

Y ahí quedó aparcado el tema, un buitre enorme ya extinto. Hasta ahora, cuando este nuevo examen de los restos con las técnicas más modernas ha arrojado resultados bien distintos. Las conclusiones fueron contundentes. El águila de Haast era capaz de asestar golpes mortales a presas mucho mayores que ella, precipitándose desde el aire sobre sus víctimas a una velocidad que superaba los 80 km. por hora.

La envergadura del depredador, con las alas abiertas, era superior a los tres metros, y su peso de unos 18 kg. Las hembras, de mayor tamaño que los machos, doblaban en tamaño a la mayor de las águilas actuales. Y poseían unas garras mayores que las de un tigre.

"Sin duda era capaz de precipitarse sobre un niño y llevárselo", afirma Paul Scofield, responsable de zoología de vertebrados del Museo de Canterbury. Y no solo tenía la habilidad de atacar con sus garras, sino que podía juntarlas y utilizarlas para atravesar con ellas objetos sólidos, como una pelvis. Su diseño era el de una perfecta máquina de matar-confirma Scofield.

De hecho, su presa preferida era el moa, un ave no voladora que habitaba en Nueva Zelanda y que podía llegar a pesar 250 kg. de peso y tener una altura de más de dos metros y medio. "En muchos yacimientos -asegura Scofield- los huesos de los moa muestran signos de haber sido atacados por estas águilas".

En cuanto a zoología se refiere, Nueva Zelanda es un lugar único en el mundo, un laboratorio para que la madre naturaleza hiciera pruebas pues gracias a coincidencias ya irrepetibles, no existían ni existen mamíferos naturales de esas tierras, ya que quedaron aisladas del resto de los continentes durante el Cretácico, hace más de 65 millones de años. Por ello, las aves pudieron ocupar los nichos que en otros lugares pertenecen a los grandes mamíferos tales como los ciervos o bóvidos. "El águila de Haast -explica Scofield- no fue solo el equivalente a un ave depredadora gigante. Fue el equivalente a un león".

Se cree que estas rapaces gigantes desgraciadamente se extinguieron hace cerca de mil años, tras la llegada de los humanos, que exterminaron a los moas, su principal presa y fuente de alimento. Los restos del águila de Haast son muy raros, porque nunca pudo haber muchas. Solo existieron en la isla sur de Nueva Zelanda y se cree que en ningún momento pudieron superar las mil parejas al mismo tiempo, pues no habría presas suficientes para todas. De esta forma, cuando llegó el hombre y eliminó su fuente de alimento de forma rápida y brutal, tal como hemos hecho siempre en territorios inhóspitos, ella simplemente no pudo continuar existiendo y se desvaneció.

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