La primera jornada del Festival de San Sebastián deja sabor argentino

La primera jornada del Festival de San Sebastián deja sabor argentino

jueves 16 de octubre de 2014, 19:14h

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Infancia clandestina conquista a los espectadores con la sinceridad y la inocencia con la que los ojos de un chico preadolescente ve la lucha política más idealista. Mientras, Richard Gere antepone el dinero a cualquier cosa y personifica el demonio de la crisis.

Primer día de de la sexagésima edición del festival donostiarra, buen tiempo, brisa marina y desayuno contundente: Aribitrage. Cantidades ingentes, escandalosas y a la vez indignantes de dinero han servido de Cola Cao energético para este primer día. Este thriller pretende retratar de forma sobria, realista y crítica los fraudes financieros tan en boca de todos estos últimos años y la voracidad y descontrol de un sistema de mercado que ha conllevado a una crisis que no afecta precisamente a aquellos que la causan. Susan Sarandon, brillante como siempre, acompaña al magnate en crisis de Richard Gere, que supera su nivel interpretativo y ejecuta quizá uno de los mejores papeles de su carrera. A ambos se les pudo ver más tarde por la alfombra roja de la ceremonia inaugural entre gritos de fans y flashes de fotógrafos.

Con el aperitivo de las 12 comimos el primer plato argentino, o más bien lo podríamos llamar una tapa. Mucho más modesto que el bistec que vendría luego y poco innovador ha sido la ópera prima de Mariano Luque: Salsipuedes. La película cuenta un día en las vacaciones en un camping de una pareja común de edad media. “Quería tratar de resolver el tema de la violencia de forma implícita y no tan explícita a como estamos acostumbrados a ver”, comentaba el director, Mariano Luque, en el pequeño coloquio de después de la proyección. El tema de trasfondo, la violencia de género, es tratado de forma superficial y sirve como excusa o justificación a la conflicto sin resolver “hombre (atrapado y violento) vs. naturaleza (liberadora y en paz)” que también propone la película.

La hora de la siesta fue sustituida por El bella vista, un documental ficcionado que trata la historia de una pequeña casa en un pueblo de Uruguay que comenzó siendo un club de fútbol, se convirtió en un burdel de travestis y terminó como capilla católica. Esta coproducción uruguaya- alemana es una película sencilla que cuenta una historia curiosa de gentes corrientes en un tono simpático y amable.

Pero el plato fuerte llegó con la merienda, una merienda que se convirtió en un copioso menú degustación en un restaurante de lujo (algo, por cierto, muy complicado). Infancia clandestina es la aportación de Benjamin Ávila al cine sobre la dictadura argentina. Pero su propuesta difiere de todas las anteriores en el punto de vista. No es un militar, ni un alto cargo, ni un guerrillero el que cuenta la historia, sino un niño: Juan. Juan, desde la ingenuidad y dulzura que le da su temprana edad, cuenta la historia de los años en los que no fue más Juan y se convirtió en Ernesto. Los años en los que la “revolución” vivió entre las paredes de su casa y pasó de ser un juego a una realidad. Los años “en los que aun éramos felices”, en palabras del Benjamín Ávila, en el coloquio celebrado después de la proyección comentando la carga autobiográfica del film.

La película se llevó una tremenda ovación que continuó después de que los títulos de crédito terminases entre las lágrimas de emoción del director. Unos títulos de crédito que venían acompañados de las fotos de infancia de Benjamín Ávila. “Es una película extremadamente personal”, decía el director. Este compromiso emocional por su parte al insertar su pasado en la película impregna todo el film y conmueve al espectador, que se introduce en ella desde su propia infancia y su propio niño interior.

La película se aproxima a Donde viven los monstruos, puesto que ambas son dos historias contadas por dos niños, los pequeños Spike y Benjamin. Aquí todo lo paternal y protector de la visión adulta se reduce en pos de la inocencia y la sinceridad de la mirada del niño. “El pensamiento de cambiar el mundo ya se perdió. Yo creo que no puedo cambiar el mundo y estoy seguro de ello. Esta película homenajea esa emoción”. El idealismo impregna toda la película. Un idealismo que más allá de ser político, a los ojos del pequeño Juan se traduce en la figura de sus padres, y que a los ojos del ya grande Benjamín Ávila se entiende como diálogo con su pasado. Sin embargo, y a pesar de ese (gran) peso autobiográfico, el director afirma que no realizó la película como catarsis. Ernesto Alterio, actor secundario en la película, también asistió a la proyección y afirmó que “suponía una responsabilidad muy grande estar a la altura de su entrega y su generosidad”

La primera jornada del Festival deja buen sabor de boca con una de las películas favoritas a ganar el premio Horizontes Latinos. Un bistec argentino en su punto que conquista el paladar de cualquiera que se acerca a probarlo. Esperemos que las siguientes jornadas cuenten con otras muchas delicatesen.

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